Sale un duende de la tierra y rompe todo: el vidrio de las vitrinas que guardan las marionetas, los vidrios de la pizzería que chorrea grasa, hasta la puerta de la jefatura de policía, y atrás veo salir a todos asombrados, los canas y los chorros. El duende tiene sólo un ojo, con el que ve la maldad del mundo, y el otro ojo cerrado, como corresponde a un duende destructor que salticando va, como si fuera un niño, y con un empujoncito vuelca un colectivo, un auto último modelo, un edificio.
Lo miro desde la esquina, pensando que tal vez sólo estoy imaginando todo, y es verdad... pero no tanto.
Estoy solo en realidad, imaginando todo. Nadie alrededor que me note fantaseando destrucción y que pegue media vuelta en la baldosa de la vereda que tengo enfrente para darme un bife y explicarme que el mundo es así, y no asá... ¡LaLáLa! ...Yo sigo flasheando lo mío.
Que hay gente que no tiene explicación, que hay gatos que entienden todo y cuando se escapan a la noche se juntan a hablar mal de sus amos. Los insultan, les mienten, comen cuando no tienen hambre sólo para molestar y les hacen creer que quieren salir y cuando abrimos la puerta rajan para adentro. Eso confabulan, los gatos de mi barrio al menos, y al Rubik ya le llenaron la cabeza con ideas de rebelión y Anarquía es Alegría. Él, que era mi gato de peluche cuando minino, un día volví a casa y era comunista con orientación Gramsciana. A veces nos tiramos a ver el noticiero, y me mira como diciendo "¿viste que de la hegemonía uno no se puede escapar, y al final, tanto mirar la tele, te volviste otro pelotudo, como todo este país, que no sabe lo que quiere pero sigue viviendo como si nada? ¿Y si en vez de perder la vida te rescatás un poquitito y recordás todos los slogans de heroísmo y entrega que te inculcaron los comics, flaco? Ma sí, si querés seguí ahí tirado, que ya te va a tocar tener que lamerte el culo para bañarte", y cosas similares que me indica con esa mirada torcida que tiene.
Me gustaba más antes, cuando era imbécil, así que lo agarro de la cola y me lo llevo a la esquina, total, zurdo más zurdo menos, el mundo no va a cambiar. Veo venir un 56 a todo vapor, con copiloto y todo, y el kía, acodado a los fierritos del colectivero, lo mira y le dice "¡Ahí! ¡Un gato naranja, pisalo pisalooooo!!", pero no. Resulta que mi gato es divino, o es divino de divinidad y es verdad que tiene siete vidas. Cuestión que el colectivero recapacitó y lo esquivó en el último minuto, dejándole tiempo suficiente como para que el minino, que cayó parado en el medio de la calle, tosa un poquito por el humo que tira el caño de escape del bondi y se acerque a frotarseme contra las piernas.
Lo alzo, ¿que vaser?, y le hago unos mimos. Pero no me olvido de la cara de superado que me puso cuando lo levanté, informándome con la mirada que era mucho más guapo pulenta que yo, que todavía le tengo miedo a la muerte.
Antes de volver a la casa se me vuelve a escapar. Sale corriendo en cuanto ve al duende tuerto, que estaba haciendo explotar una escuela. Lo persigue y yo persigo al gato, y todavía no puedo creer que nadie vea al enano ese que hizo que se me escapara otra vez el Rubik. Me meto en la escuela siguiendo al gato que sigue al duende que sigue las flechas de salida de emergencia de las escaleras de la escuela pero en sentido inverso, hasta que llegamos los tres a la terraza y el enano me confronta con el gato en brazos y a punto de ser desnucado. Se ve que la Paranoia le hizo creer que era yo el que lo perseguía en vez del gato, y ahí me cagué todo porque dije "si este duende destruye todo, a mi me hace pelota", pero como lo dije en voz alta (porque ya desde chiquito no puedo pensar las cosas sin decirlas), el enano se calmó y me entregó a Rubik, que con el cuello a medio quebrar seguía sin temblar. Le dí las gracias y lo dejé prender fuego el resto del colegio, y así pude traerme el gato a casa.
Abro la puerta, cierro la puerta, lo pongo en la cama y prendo la radio.
Estática en todas las sintonías y yo pensando en voz alta "chau, el duende mató a todos". Salí a la calle y era tal cual, estaban todos muertos. La avenida llena de colectivos frenados y en silencio, los taxis con sus pasajeros empezando a pudrirse, los que atendían los negocios de muebles, los pacientes del hospital de enfrente, todos de repente dados de baja.
"Bueno", me miró el gato, "te lo dije, tendrías que haber aprovechado el tiempo, vos que te preocupabas por morirte sin dejar descendencia y que ahora te tocó esto que es mil veces peor: vivir sin compañía, ni descendencia ni nada. Sólo vos en el mundo y un gato comunista que ahora mismo exige su comida". Mientras le servía la comida me conformé pensando que, como es gato y tiene siete vidas, el hecho de que la muerte no lo asuste no tiene ningún mérito.