viernes, febrero 24, 2006

día sereno

Abrí la ventana decidido a empezar un nuevo día, una nueva vida. Un cardenal se arrimó flotando y me pidió que desistiera. Poco caso le hice. Salí al kiosco a buscar perdón. Me dijeron que no quedaba, pero que si quería, me fuera al carajo. Poco caso les hice. Fui a buscar la ropa limpia. Un Buda incierto se enojó, me dijo que no había forma de sacar las manchas de desilusión, que se habían enhebrado al género sin remedio. Le pedí que fuera al kiosco a buscar perdón. Pasé por la plaza. Hay un perro que me entiende. Se frotó el morro sarnoso en mi pierna sucia y un halo de magia lo embadurnó. De negro y café, se volvió blanco. Impuro el pantalón, se volvió luz. No me pregunten quién era el perro en otra vida, seguro que no fue Napoleón. Yo le digo Napoleón igual. Él, contento, con la cola blanca me abanica. Menos mal. Este calor en vida me lo quiero sacar de encima. Este malestar crónico que no guarda nada para mi fin. Son más de las diez, y todavía no cambié. No creo que lo haga. El cardenal ese de mierda tenía razón.