un mundo sin hacer
Cada día que pasa estoy más cerca de ser nada
siento a cada minuto cómo me apago.
No existe el interés, no recuerdo cómo era
no encuentro una razón para reír.
Todo pasa de largo y yo sigo parado.
Soy una gota de brea en una avenida.
No entiendo qué pone feliz a la gente
ni qué les preocupa tanto.
Es la última vez que escribo
y a la vez es la primera,
no me acuerdo de anteriores
y voy a olvidar esta.
Siento pura necesidad
de cualquier cosa y de nada concreto.
No es tristeza ni melancolía;
es ansiedad insatisfecha.
Cada día que pasa es más gris
y yo quiero rojo furioso.
Si sigo esperando no va a pasar nada
e igual sigo esperando.
No puedo hacer otra cosa,
no me sale, no sé cómo,
no quiero, no tengo ganas,
no me dejo y no me dejan,
no se debe y no interesa,
y todo eso me asusta.
Porque en el fondo quiero algo
que me saque de acá
de este lugar, de esta casa,
de esta provincia, de este país
de este mundo, pero sin moverme.
Estoy tan cansado.
Cansado de todo: de la gente,
de las mujeres, de los hombres,
de la familia y de los desconocidos,
de la gente inteligente, de los giles,
de los buenos y los garcas.
No quiero cruzarme con nadie
y a la vez me siento solo.
Nada espero ni recibo
y sin embargo a veces siento cómo
un árbol se inclina suave sobre las vías del tren,
un jilguero come frutas de mi jardín,
una mujer me mira intrigada,
un aroma me recuerda otros tiempos,
un sueño me despierta cosas ocultas,
el viento gritando en la ventanilla,
la ciudad se me hace antológica,
tierna, escondida en su gris
que más que gris se me hace rojo
furioso,
presiento a un sabio en un bebé,
me inquieto por el pasado de un linyera,
me cruzo a un centenar de embarazos,
es época de nacer,
es tiempo de crear tiempo,
es un mundo sin hacer.
Pero es un rato, nomás,
la ensoñación se pierde
más rápido que como vino.
De golpe veo todo gris,
otra vez gris, negro
negro sombra, negro apagado.
El atisbo de esperanza se me hace lejano
y hace más pesado el día
la semana, el mes,
el año por venir.
Calculo los minutos que me quedan así
sin salida y sin buscarla
y la luz hace más oscura la sombra,
pero a la vez la aclara.
Con cada altibajo se abren pasillos,
recovecos que antes no veía
no escuchaba, no quería.
Aferrarse a la ansiedad la hace peor.
Cada vez que vuelvo a caer
siento las cosas distintas,
menos lúgubres, menos parcas,
menos quietas, menos apuradas,
menos insignificantes,
y menos grises.
El color lo pone uno a lo que ve
y lo que fue negro y gris
después del rojo es más blanco
un poquito, nada más.
La gente sigue en su mundo,
uno al que yo no llego,
uno al que nunca veo
pero que siento cada vez más cerca.
Es una lástima que no me interese.
AMARO EFTIMIO
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